La forma en que nos relacionamos con la comida está
muy conectada con nuestro mundo emocional. Aunque existen otros factores importantes (genéticos, educacionales,
culturales, entre otros), una relación inadecuada con la comida,
normalmente, ha de enfocarse como un síntoma o consecuencia de
conflictos emocionales de la persona.
Es por ello que las dietas fracasan una y otra vez (a menudo empeorando el problema) o, como mucho, producen mejoras temporales, porque están dirigidas al síntoma y no a la causa.
La alimentación va asociada a toda
nuestra historia emocional. Nuestro cuerpo es un organismo que se pone en
marcha gracias al alimento físico, la comida, y al alimento emocional, el amor,
el afecto... Si esto último falla, la mente busca canales para expresar su malestar.
La compulsión ante
la comida, la inapetencia, la necesidad de perder peso la incapacidad para
ganarlo o cualquier desorden alimentación son algunos de los canales que nuestra
psique utiliza para avisarnos de que algo no marcha como debiera. La
alimentación, por tanto, no sólo nos sirve como fuente de energía; también puede tener
la capacidad de acallar conflictos psicológicos que no podemos "expresar”.
La ingesta de alimentos constituye un proceso de
comunicación, de significados emocionales. Confundir la comida con
las emociones es algo frecuente. Las personas, en ocasiones, recurrimos a la
comida para sentirnos mejor cuando nos sentimos, por ejemplo, frustrados,
ansiosos o solos. La tristeza o la rabia son emociones que nos pueden llevar a
comer sin tener hambre o a no comer cuando deberíamos hacerlo.
Cualquier emoción puede expresarse a través del
conflicto con la comida. Por tanto, cualquiera de las 38 esencias florales de
Bach puede servirnos de ayuda.
Será el terapeuta floral quien nos acompañe en el proceso de identificar
nuestras emociones con nuestros hábitos alimentarios y nos proporcione el
tratamiento adecuado de las esencias.
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