Erase una vez un barco mercante muy grande que transportaba
mercancías. Dichas mercancías eran muy valiosas. Eran vasijas de gran valor,
todas ellas diferente: unas altas y estilizadas, otras más bajas y rechonchas,
otras con forma más equilibrada; unas pequeñas, otras grandes, unas de cristal,
otras de barro…. Y lo más importante, todas ellas eran preciosas.
Tras una tormenta poco más que “perfecta”, el barco se hundió y con él
su preciada carga.
Después de muchos días de laboriosa búsqueda, nadie consiguió
localizar su ubicación. Pasaron los años y el agua del mar, con todas sus
partículas en suspensión, su flora, su fauna y las corrientes a las que estaban
expuestas las vasijas, hicieron mella en la preciada carga. Todas esas
partículas se iban depositando en la superficie de las vasijas hasta formar una
costra. Dicha costra era diferente en cada una de ellas, dependiendo de su
forma, estructura, porosidad, del lugar donde se habían depositado en el fondo
marino, de todas las inclemencias a las que habían estado expuestas….podía seer
más dura, más gruesa, más fina…
Un día un buceador encontró el barco y, con él las vasijas. Fueron rescatadas y llevadas a un centro especializado para empezar su
restauración. Como tratamiento limpiador utilizaron Flores de Bach, que vertían
sobre cada vasija varias veces al día. Las Flores eran elegidas por un experto
restaurador, según las características de las adherencias. La energía
vibracional de las Flores hacía que las costras adheridas fueran saltando poco
a poco, a veces a trozos grandes y otros pequeños, en ocasiones lentamente y en
otras no tanto.
Algunas veces las capas que iban cayendo dejaban al descubierto
otras capas de diferentes materiales y los restauradores tenían que ir variando
las esencias florales y adecuándola a las necesidades que iban surgiendo.
Era
un trabajo laborioso que duró varios meses, ya que al no ser un tratamiento ni
corrosivo ni invasivo, el cual hubiera podido dañar las vasijas, era más lento,
pero a su vez más eficaz y definitivo.
Las vasijas volvieron a brillar con todo su esplendor y, cada una en
su sitio, podían realizar la función para la que habían sido creadas.”
Espero que la vida, con todas
sus vicisitudes y enseñanzas, no nos haga zozobrar y adquirir una dura capa de
protección como reacción a todo ello, que podamos ser resistentes y fluyamos
con todo. Pero si no es así, un terapeuta floral podrá restaurar la mejor
versión de nosotros mismos y podemos así realizar la labor para la que hemos
sido creados: nuestra misión en la vida.
(Societat per a l’Estudi i la
Difusió de la Terapia del Dr. Bach de Catalunya
Mª José Esbri)
Terapeuta Floral: Mª José Caballé